sábado, 30 de mayo de 2009

Strong, Fat, Beautiful, Clever and Brave (II)

Nunca imaginé lo aburrida que puede ser la cárcel, aunque conforme pasaba el tiempo le iba cogiendo el gustillo a eso de mirar a través de las rejas y arañar las paredes de la celda. Cuando apenas me quedaban uñas, si es que alguna vez las tuve, abrieron la puerta y lanzaron contra mi a un tipo, que por cierto le daba una aire al tendero, más bien retaco, el cual se acojonó al verme. “Qué pasa tronco, ¿nunca has visto a un notas de dos metros y medio, verde y con los ojos rojos?” – le dije. “Pues no, soy un puto jardinero, como mucho veo petunias en flor” – contestó.
Y como tampoco había mucho que hacer por allí, nos pusimos como gilipollas a escribir nuestros nombres en la pared , donde ya había algún mensaje del tipo “I just wrote on the wall, take that ,society!”.
Mi nuevo amigo me contó que lo habían encarcelado por cabrón, me explico: él llevaba tiempo teniendo sueños tórridos con una princesa que al parecer tenía a un notas detrás de ella día y noche, pero un día que el susodicho le estaba haciendo contar flores solo para tocarle los huevos, la princesa apareció con una hamburguesa, un mapa, plums, peaches and grapes y se lo llevó a dar un voltio mientras escuchaban canciones de amor. “No me digas más, ¡sé como sigue la historia!, he leído algunos libros de vosotros, los humanos, así que es fácil deducir el final" - contesté. El jardinero retaco me hizo un gesto como incitándome a que prosiguiera con mis argumentos.

"Pues os fuísteis de picnic, luego de copas y luego jugásteis al teto, el notas os trincó, te dió de ostias, se lo dijo al rey y acabaste aquí" - dije.
"Si bueno, algo así quitando la parte del teto" - asertó. "Pero todavía tienes mucho que aprender sobre la mente humana, sobre todo de la femenina, y aún cuando creas que sabes algo, te será aún mas difícil comprenderla, si es que alguna vez tienes huevos a hacerlo". Pues sí que son complicados estos humanos! pensé.

La estancia se estaba haciendo un poco monótona, así que decidimos intentar escaparnos de allí, así, pa pasar el rato. Me comí los barrotes (sí, también me gustan, ¿qué pasa?) y salimos, mojados, pero salimos.
No dejaba de pensar para mí mismo la gran suerte que había tenido en conocer al jardinero, alguien que confiaba en mí, que se sinceraba conmigo, ¡por fín tenía un amigo humano!
Pues bien, una vez fugados de la cárcel nos fuímos a buscar un sitio donde todavía sirvieran cerveza fría a esas horas, y al cabo de un rato ya nos encontrábamos con el codo apoyado en la barra. "Tio, te quiero muchísimo, eres la ostia y te lo digo de corazón, sabes?" me dijo mi amigo el jardinero. Que alegría joder, ¡si no fuera porque no tengo lagrimal estaría llorando como una magdalena! Pasamos la noche por ahí, cantando de bar en bar hasta que finalmente nos quedamos dormidos en una pequeña cabaña a las afueras de la ciudad.

Cuando el lorenzo ya pegaba fuerte me desperté y rápidamente me dí cuenta de que mi gran amigo el jardinero se había ido. Lo que sí había era un olor a choto insoportable y una mujer gorda con una corona al otro lado de la cama. ¡Dios! ¡siempre me pasa lo mismo!
Salí de allí disimuladamente para que nadie me viera, doy el cante, es inevitable. A lo lejos me pareció ver al jardinero con más gente, ¡bien! seguro que si están con el son gente de puta madre, voy pallá. Pero cuando ya estaba muy cerca me dí cuenta de que los que estaban con el eran el rey león y el notas que iba detrás de la princesa. ¡Ostia! el jardinero se hizo el loco como si no me conociera ¡menudo cabrón!, el notas de la princesa se me acercó sugerente y el rey se desmayó al ver que yo llevaba puesto el sujetador de su mujer.

Madre mía, ¿no será que el problema soy yo?, están locos estos humanos

martes, 14 de abril de 2009

Play it again, Mate

Quiero sentirla otra vez, sentir esa sensación una vez más. Esa sensación parecida a un cambio de rasante, a las mariposas. Dejar que la música y la luz invadan mi cuerpo y mi alma, hacerme uno con ellas y juntarnos en un solo ser, sentirme libre, explotar.
Quiero ser deslumbrado, sentir el sudor bajando por mi espalda, saltar, bailar, gritar, el olor a humo y alcohol.
Quiero sentir ese escalofrío, que se me ponga la piel de gallina, que despierten todos mis sentidos, cerrar los ojos, abrir los brazos y ahogar los gritos de la gente con el primer acorde. Se me acelera el corazón solo de pensarlo.
Mirar hacia adelante y sonreir hasta que me duela la cara, controlar la respiración, volver a disfrutar como un niño, jugar con las notas y los tonos, sentirme auténtico, hacer lo que realmente me gusta.
Quiero dejar mis preocupaciones a mil kilómetros y subir al cielo, llevarme a todo el mundo conmigo, saber que estáis ahí incluso aunque no estéis.
Quiero volver a tirar los platillos y la caja, tirarme al suelo, quiero sentir el bajo entre mis piernas, las guitarras en los oídos y el micro bajo la nariz.

Quiero sentir esa sensación una vez más ... y que no sea la última, que nunca sea la última.

martes, 24 de marzo de 2009

Walkin' Away, Fallin' Away

Supongo que es normal sentirse solo a veces, incluso puede que queramos estarlo, al fin y al cabo todos somos individuos y necesitamos nuestro espacio. ¿Nunca te has sentido solo aún estando rodeado de gente? ¿Nunca te has sentido solo incluso sabiendo que hay alguien al otro lado de la cama?

Esos son los momentos más propicios a mi parecer para darse un paseo con uno mismo - ya sea ficticio o real- y habiendo tenido una de las situaciones más extrañas de mi vida en la que mi cuerpo reaccionó bruscamente al poder de mi subconsciente, estaba claro que lo que necesitaba era mi música, la arena y mis pies para sentirme un poco mejor, así que esta vez el paseo fue real, me cogí de la mano y tiré millas durante un par de horas.

¿Por qué a veces tenemos una imagen de nosotros mismos en otras personas que no es real? ¿Por qué nos empeñamos en socializar aunque a veces nos suponga un esfuerzo? ¿Por qué coño nos importa tanto la gente? Y que no me vengan con aquello de "no me importa el que dirán", antes o después y sobre todo dependiendo de qué personas, nos importa, otra cosa es que no nos guste admitirlo.

Otras cuarenta preguntas se me pasaron por la cabeza, pero a casi ninguna fui capaz de darle respuesta. Aún así saqué algo en claro: vivir sin pensar debe ser aburridísimo.
Empecé plantearme que eso de ser "seres sociales" debe de estar en nuestra genética, y entonces me vino a la cabeza una enseñanza (que curiosamente expuso un cura) de hace muchísimos años: "El ser humano nace, crece, se reproduce y muere" como todos los seres vivos, ¿no? pero nuestro proceso es bastante más complicado y no sería correcto reducirlo a cuatro pasos.
Las flores, por ejemplo, ni lloran, ni se pelean, ni se van de copas, ni se toman la píldora, ni se divorcian, ni tienen un trabajo de mierda, ni les afecta la crisis, ni tienen que ir a la facultad para labrarse un futuro. Joder, ojalá hubiese sido una Daffedil para que Wordsworth disfrutara de mi presencia así como yo disfruto de las pequeñas cosas de la vida, anda que no viviría a gusto.

Desvarié hasta tal punto que entre darle vueltas a la cabeza y el resacón que llevaba encima casi me caigo rodando al mar. Decidí sentarme durante unos minutos para admirar el paisaje y beber un poco de agua. No había nadie por allí a esas horas, era maravilloso, que paz, que tranquilidad, todo para mí, a Poe no le habría gustado un pelo. Pero una vez más el disfrute fue efímero y la gente empezó a salir ansiosa buscando los primeros rayos de sol.

Continué mi marcha antes de que alguien me tapara el paisaje. Miré hacia derecha e izquierda y me sorprendí una vez más de cuánto camino se puede recorrer cuando realmente disfrutas de éste. Seguí caminando esta vez más despacio hasta que una pareja de ancianos me adelantó, entonces me fijé en sus huellas en la arena, eran estrechas y delgadas como sus huesos pero estilizadas y firmes como su experiencia. A continuación pasaron corriendo unos niños, sus pisadas eran disformes, alocadas y caóticas cómo lo son aquellos que viven siéndolo o los que no saben que para lo importante siguen siendo niños. Y así continuaron pisando aquella arena no tan virgen unas cuantas personas más hasta que me percaté de algo; durante todo el tiempo que fui fijándome en las huellas había estado siguiéndolas casi sin darme cuenta. En ese momento pasó una ola y se las llevó todas por delante, miré para atrás y las mías también habían desaparecido.

Esto es lo que nos hace humanos, el darnos cuenta de que no necesitamos seguir un camino marcado, el darnos cuenta de que somos capaces, de que podemos labrar nuestro propio destino, el darnos cuenta de que no necesitamos a nadie para pasear por la playa al amanecer, aunque a veces nos haga falta.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Strong, Fat, Beautiful, Clever and Brave (I)

Digan lo que digan, y aparte de las muchas hipótesis que se han planteado sobre mi origen, ni yo mismo tengo muy claro de donde salí y una vez que me preguntaron lo arreglé todo con un: "up there, I come from up there and now I’m down here" ¡Ahí lo llevas!. Y es que, cosas de la vida, un día llegué a Gondoland, iluso de mí, sin saber de nada, haciendo turismo interestelar que por esa época estaba de moda, no todo se va a reducir a mi planeta, damn it, ¡hay que conocer mundos!

Pues eso, que aterricé en un prado, todo me parecía extraño y complejo. Pero como pensar me da hambre, lo primero que hice fue jalarme un reloj despertador (Lovely! I like clocks!) , de esos típicos con un martillo y dos campanas en la parte de arriba que tienen que joder muchísimo a las ocho de la mañana, pero dado que la mesura no es una de mis cualidades, me fui a buscar algo más que saciara mi apetito.

Mientras iba caminando a la deriva sin rumbo fijo, me asaltó un tendero que me ofrecía una gran variedad de frutas; las probé casi todas, pero sinceramente, me sabían a rayos. "¿Qué mierda es esta?" - le pregunté. "Pues esto son plums, peaches and grapes, parece mentira que no lo sepa, caballero" - respondió él amablemente. "Joder, pues yo prefiero los relojes, los parking meters y las máquinas de escribir, es que están mucho más buenos, ¡no hay color!".
El tendero, incrédulo, me preguntó que cómo podía comer esas cosas, que eso sólo lo hacían los locos, que todo el mundo prefería la fruta. "¿Acaso los has probado?" - dije. "Humm, pues la verdad es que no, pero seguro que no me van a gustar" - contestó. Menudo imbécil, no merecía la pena perder ni un segundo más con aquel necio personaje, ¡como me jode esa gente!
"Mal empezamos en este planeta", pensé.

Y claro, a todo esto yo seguía con hambre y encima tenía un regusto asqueroso en la boca. Levanté la vista y al final de la calle vi unas barras de hierro plantadas en la acera con algo parecido a un reloj en su extremo superior. Coño, ¡parking meters! Y allí que me fui a liarme a bocaos con ellos. Pero se ve que aquella actitud no era del todo aceptada por allí y me arrestaron por vandalismo público, ¡a mí! ¡que sólo quería comer algo!
Ya en el furgón policial les expliqué que un amigo mío una vez rompió un kiosco de Frigo también por hambre, pero me dijeron que no fue por hambre, sino que se fue al monte a picar piedra y se confundió.
Total, que de allí no me sacaba ni Rita (ay Rita, pobre mujer, todo el mundo le echa los muertos a ella) y a falta de ésta pues me sacaron a palos y me metieron en la celda 19.

Bonito planeta, si señor, he dao en el clavo, ole mis huevos.

lunes, 19 de enero de 2009

Gato Blanco, Gato Negro

Harry vive en un barrio cualquiera de una ciudad cualquiera, de esos que pasan desapercibidos, de esos tan insignificantes que el coche ese de google ni se pasó por allí. También vivía en aquel barrio un tal Timo, un buen chaval, aunque algo "especial".
Harry nunca tuvo muchas obligaciones y si se le presentaban se las pasaba por el forro con una elegancia sin igual.
Lo que más le gustaba hacer era pasarse los días en la calle, salir, beber, el rollo de siempre, y también consumir algún tipo de estupefaciente que le hiciera evadirse de la para él irrelevante y aburrida monotonía del día a día, pero controlando, claro, no fuera a ser que acabara siendo él el controlado.
Y no es que Harry no tuviera objetivos, claro que los tenía, pero estaban tan lejanos que estaba profundamente convencido de que lo importante era disfrutar del momento, ya habría tiempo de cazar ratones. No era el único que dejaba las cosas para el último momento y esa idea le tranquilizaba; ni se planteaba aquello de "mal de muchos, consuelo de tontos".
En sus ratos libres, que era la mayoría del tiempo, aparte de dedicarse a tocarse los cojones, se dedicaba a aprovechar las no muchas pero excelentes habilidades que tenía, y entre eso y chupar del bote iba tirando.

Pero no todo era tranquilidad y monotonía para Harry; también había épocas en las que tenía que esforzarse en cazar, al fin y al cabo era su obligación, y como normalmente no hacía nada, cuando llegaba ésta época tenía que usar trampas para alcanzar sus objetivos. Lo más curioso es que probablemente gastaba más tiempo y esfuerzo en preparar las trampas que en conocer el terreno, estudiarlo y actuar en consecuencia. Además sabía que existía un gran riesgo, pero prefería jugárselo todo a una carta, le encantaba el riesgo.
Después de varios años y de haber puesto infinidad de trampas, unas veces por los pelos y otras holgadamente, cumplía sus objetivos y cada vez se marcaba retos mayores.

Por fin llegó el día que llevaba tanto tiempo esperando y una vez más en vez de hacer lo "correcto" o lo "normal" prefirió preparar la trampa más grande y compleja que jamás había concebido su inteligente y retorcida mente.
Cuando fue a comprobar si su trampa había surtido efecto quedó atónito al comprobar que un enorme ratón rojo mirándole de frente sin pestañear estaba esperándole con los brazos abiertos. Harry, que era bastante más maduro de lo que aparentaba, se tiró de cabeza a por él y se aferró al ratón rojo desde aquel día hasta tal punto que su vida nunca volvió a ser la misma.
Estaba exhausto e incluso tenía un poco de cargo de conciencia, pero por fín había conseguido aquello con lo que, de alguna manera, siempre había soñado.

Si ya lo decía Deng Xiaoping; ¿qué mas da que el gato sea blanco o sea negro?