lunes, 19 de enero de 2009

Gato Blanco, Gato Negro

Harry vive en un barrio cualquiera de una ciudad cualquiera, de esos que pasan desapercibidos, de esos tan insignificantes que el coche ese de google ni se pasó por allí. También vivía en aquel barrio un tal Timo, un buen chaval, aunque algo "especial".
Harry nunca tuvo muchas obligaciones y si se le presentaban se las pasaba por el forro con una elegancia sin igual.
Lo que más le gustaba hacer era pasarse los días en la calle, salir, beber, el rollo de siempre, y también consumir algún tipo de estupefaciente que le hiciera evadirse de la para él irrelevante y aburrida monotonía del día a día, pero controlando, claro, no fuera a ser que acabara siendo él el controlado.
Y no es que Harry no tuviera objetivos, claro que los tenía, pero estaban tan lejanos que estaba profundamente convencido de que lo importante era disfrutar del momento, ya habría tiempo de cazar ratones. No era el único que dejaba las cosas para el último momento y esa idea le tranquilizaba; ni se planteaba aquello de "mal de muchos, consuelo de tontos".
En sus ratos libres, que era la mayoría del tiempo, aparte de dedicarse a tocarse los cojones, se dedicaba a aprovechar las no muchas pero excelentes habilidades que tenía, y entre eso y chupar del bote iba tirando.

Pero no todo era tranquilidad y monotonía para Harry; también había épocas en las que tenía que esforzarse en cazar, al fin y al cabo era su obligación, y como normalmente no hacía nada, cuando llegaba ésta época tenía que usar trampas para alcanzar sus objetivos. Lo más curioso es que probablemente gastaba más tiempo y esfuerzo en preparar las trampas que en conocer el terreno, estudiarlo y actuar en consecuencia. Además sabía que existía un gran riesgo, pero prefería jugárselo todo a una carta, le encantaba el riesgo.
Después de varios años y de haber puesto infinidad de trampas, unas veces por los pelos y otras holgadamente, cumplía sus objetivos y cada vez se marcaba retos mayores.

Por fin llegó el día que llevaba tanto tiempo esperando y una vez más en vez de hacer lo "correcto" o lo "normal" prefirió preparar la trampa más grande y compleja que jamás había concebido su inteligente y retorcida mente.
Cuando fue a comprobar si su trampa había surtido efecto quedó atónito al comprobar que un enorme ratón rojo mirándole de frente sin pestañear estaba esperándole con los brazos abiertos. Harry, que era bastante más maduro de lo que aparentaba, se tiró de cabeza a por él y se aferró al ratón rojo desde aquel día hasta tal punto que su vida nunca volvió a ser la misma.
Estaba exhausto e incluso tenía un poco de cargo de conciencia, pero por fín había conseguido aquello con lo que, de alguna manera, siempre había soñado.

Si ya lo decía Deng Xiaoping; ¿qué mas da que el gato sea blanco o sea negro?