"Déjame, por favor, no merezco esto, ¿por qué lo haces?, ¿te divierte?, ¿qué pretendes conseguir?" - Ella volvió la cabeza y le clavó los ojos con su sádica mirada; tenía unos ojos que eran capaces de transmitir desde la paz y la quietud más absolutas hasta el miedo y la incertidumbre más aterradoras. Comenzó a reirse a carcajadas, con una risa más propia de una arpía que de una princesa. "¿Acaso no era esto lo que querías?" -dijo- "Ya te lo advertí, ahora atente a las consecuencias".
Él estaba tumbado en la mesa convenientemente preparada para la ocasión. Su cuerpo estaba colocado en forma

Una lágrima mezclada con sangre le recorrió el pequeño espacio entre el ojo y el trago de la oreja.
De la parte más oscura de aquel zulo apareció ella, totalmente envuelta en sus extrañas vestiduras de cuero, desgastadas y rasgadas, que permitían ver algunas cicatrices producidas probablemente por las torturas que ella misma había sufrido. Cada vez aparecía con un instrumento diferente para torturar a su víctima, aunque a veces repetía; tenía claro lo que de verdad le gustaba.
Se acercó a él, semidesnuda, se sentó sobre su estómago y le susurró al oído: "no temas, tan solo es un juego; mi juego". Mientras decía esto, empuñó el bisturí y le hizo una pequeña pero profunda incisión justo por debajo de las costillas del lado izquierdo del pecho. El gemido de dolor hizo eco en la estancia hasta que finalmente se disolvió en el silencio más absoluto. Entonces lamió la sangre que emanaba de la herida, lo miró a los ojos durante unos segundos, se levantó y salió de aquel lugar sin mediar palabra.
Durante varios días se quedó allí, totalmente solo, casi inconsciente, sangrando y doliéndose por las magulladuras y heridas que su agresora le había producido.
No paraba de darle vueltas a la cabeza; no dejaba de preguntarse cómo había llegado hasta allí, nunca le había pasado nada parecido, él era fuerte y sobre todo desconfiado, por naturaleza.
De pronto escuchó el rechinar de la puerta del zulo abriéndose y decidió hacerse el dormido. Ella se acercó lentamente y se aseguró de que aún seguía vivo, volvió a subirse encima de él esta vez con un cuchillo de carne tan enorme que apenas podía sujetarlo con sus delgadas

Él la apartó con cuidado de no despertarla, cogió el cuchillo y con un rápido movimiento lo clavó en la delgada espalda de aquella mujer, ésta exhaló el poco aire que le quedaba en los pulmones intentando decir lo que parecían dos palabras, pero no consiguió saber qué dijo.
De pronto se dio cuenta; miró su mano derecha, aún sujetando el mango del cuchillo en la espalda de ella. Atónito, volvió sus ojos hacia su mano izquierda y con solo moverla hacia arriba se liberó del grillete que la sujetaba y posteriormente hizo lo mismo con sus pies. Apartó el cadáver y salió de aquel espantoso lugar.
Ahora todo encajaba; los grilletes estaban sueltos, siempre lo estuvieron.